«De la iglesia de hoy saldrá una iglesia que ha perdido
mucho. Se hará pequeña, deberá
empezar completamente de nuevo. No
podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en la coyuntura más
propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se habrá de
presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la que sólo se llega
por una decisión libre. Como comunidad pequeña, habrá de necesitar de modo
mucho más acentuado la iniciativa de sus
miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y
consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión:
en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos,
la pastoral normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el sacerdote
plenamente dedicado al ministerio como hasta ahora, seguirá siendo
indispensable. Pero en todos estos cambios que se pueden conjeturar, la iglesia
habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión lo que es esencial suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la asistencia del Espíritu que
perdura hasta el fin de los tiempos...
Será una iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato
político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una
situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas valiosas. La
empobrecerá, la transformará en una
iglesia de los pequeños. El proceso será tanto más difícil porque habrán
de suprimirse tanto la cerrada
parcialidad sectaria como la obstinación jactanciosa. Se puede predecir que
todo esto necesitará tiempo. El proceso habrá de ser largo y penoso...
Pero tras la prueba
de estos desgarramientos brotará una gran fuerza de una iglesia interiorizada y simplificada. Porque los
hombres de un mundo total y plenamente planificado, serán indeciblemente
solitarios, Cuando Dios haya desaparecido completamente para ellos,
experimentarán su total y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña
comunidad de los creyentes como algo
completamente nuevo. Como una
esperanza que les sale al paso, como una
respuesta que siempre han buscado en lo oculto. Así que me parece seguro
que para la Iglesia vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis aún no
ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas. Pero también estoy
completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la iglesia del culto
político... sino la iglesia de la
fe. Ya no será nunca
más el poder dominante en la sociedad en la medida en que lo ha sido hasta
hace poco. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y esperanza más
allá de la muerte» (J. Ratzinger).
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