¿No ardían nuestros corazones mientras nos acompañaba en el camino y nos explicaba las escrituras?

lunes, 8 de abril de 2013

457 INTERMEDIACIONES


(Artículo de Dolores Aleixandre en el último número (297) de la Revista Alandar)

Qué sería de nosotros sin los intermediarios: no somos del todo conscientes del papel que juegan en nuestras vidas. Porque antes, es un suponer, si organizabas un cumpleaños, tenías que ir tú mismo de acá para allá comprando que si los globos, que si la tarta, que si las velas, que si el confetti; en cambio, ahora, acudes a un intermediario y él se encarga de todo, hasta de ponerte un acróbata del Circo del Sol que entra dando un salto por la ventana del salón llenando de alborozo a tus criaturas. Hay intermediarios especializados para cada evento, neologismo éste de reciente creación pero que ha nacido de pie, con su factura bajo el brazo.
Después de partir del “hecho de vida”, paso a iluminarlo con la Palabra pera llegar después al mensaje final, según recomiendan los directorios catequéticos. Recuerden al paralítico al que descolgaron por el tejado: estaba el hombre tan descoyuntado que, si no hubiera sido por los cuatro intermediarios que cargaron con su camilla, nunca hubiera llegado a situarse junto a Jesús. Piensen en las bodas de Caná: a Jesús, de naturaleza servicial, quizá le hubiera gustado ir pasando él mismo con la jarra de vino de mesa en mesa, como hacen los novios repartiendo puritos al final del banquete. Pero no: respeta a los intermediaros que estaban contratados y al mâitre que se encargaba de los vinos. Y a Bartimeo podía haberle llamado él mismo, que voz no le faltaba, pero encarga a otros que le digan de su parte: “¡Ánimo, levántate, que te llama…!
Por eso no es de extrañar que, en la mañana del primer día de la semana, eligiera a María Magdalena como intermediaria: “Ve a decir a mis hermanos: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17-18). ¿Qué trabajo le hubiera costado presentarse él y decírselo sin acudir a persona interpuesta? Ninguno, pero así fueron las cosas, a pesar del previsible fracaso de la intermediaria porque los discípulos “a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron” (Mc 16,10). Me gustaría aprovechar la coyuntura para dar a la cosa un toque feminista, pero los textos dicen lo que dicen y es imposible deducir de ellos que todo fue cuestión de género: otros intermediarios corrieron la misma suerte que María y cuando “se apareció a dos de ellos que iban de camino hacia el campo y fueron a dar la noticia a los demás, tampoco les creyeron” (Mc 16,12).
Conclusiones: qué buena ocasión la Pascua para poner nombre a los intermediarios que, sabiéndolo o no, han hecho posible que llegara hasta nosotros la buena noticia de Jesús y de su Evangelio. Qué buena cosa poder ser intermediarios para otros, sabiendo que nada provoca hoy tanto asombro como ver personas con aire de tener una cita más lejos y encajando tanto desaliento sin perder ni los ánimos ni la ternura.
Qué alegría también la existencia de otro tipo de intermediarios con sus lenguajes particulares: el bulbo de jacinto que me acompañaba desde noviembre sin decir ni mu y sin dar más señales de vida que unas raicillas miserables, de pronto se ha desmelenado y va a florecer de un momento a otro; un mirlo vecino que ha estado en paradero desconocido todo el invierno ha vuelto y se ha puesto a cantar antes de que amanezca. Y los dos están intermediando para hacerme recordar a tanta buena gente que no se deja vencer por los inviernos, que sigue empeñada en adelantarse al amanecer y en arrimar el hombro a tantas causas justas, sin que la alcance ni corrompa ningún sobre con dinero negro. Lo mismo que tantos otros que dentro de la Iglesia no saben de estrategias ni de intrigas y siguen bregando de noche en el mar a pesar del cansancio.
Están de suerte: el resucitado, desde la orilla, les hace de intermediario y les dice dónde tienen que echar las redes para llenarlas de peces.

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